Sunday, October 09, 2005



Josué

Domingo, 9 de octubre de 2005

Por José Javier Pérez
El Nuevo Día



Paréntesis

Querido Josué:

Quise escribirte esta carta que podrás leer cuando crezcas e intentes comprender las cosas de la vida.

Aunque desde siempre me decías “papá” soy en realidad tu tío. Y a pesar de las gestiones de toda la familia para que corrigieras el error, tú ponías tu manita gordita sobre mi hombro e insistías en llamarme “papá”.

Aunque la paternidad formal no me ha llegado -y no ha sido por falta de gestiones- esa sencilla palabra logra que mi corazón casi deje de latir, causando una euforia súbita como la que se siente en el pecho cuando vas a toda velocidad en una montaña rusa.

Hasta hace unos días viviste en casa, conmigo y con titi Brenda (porque a ella sí le decías titi). Estuviste varios meses con nosotros porque tu mamita tuvo que viajar a Boston con tu hermanita mayor para un complicado tratamiento médico.

En casa todavía está tu cunita blanca, tus juguetes y la pared de la marquesina donde has hecho tus primeras obras de arte. También están las cientos de fotografías que te he tomado: cuando diste tus primeros pasos, el día que te llevamos a la iglesia vestidito de blanco, tu primer viaje a Walt Disney...

Cuando llorabas en las noches estirabas tus bracitos pidiendo que te mudáramos a nuestra cama. Y allí, te apoderabas del colchón, a pata suelta, permitiéndote lo que siempre dijimos que nunca haríamos con un hijo. Creo que te engreímos.

Cuando te enfermabas nos desvelábamos en atenciones hasta que rayaba el alba. Fueron varias las salidas al cine y actividades de la Semana de la Prensa que cancelamos para quedarnos en casa cuando te sentías mal o cuando la niñera cancelaba. Ahora entiendo eso de que los hijos le cambian la vida a la gente. Pero, ¿sabes? Lo volvería hacer con mucho gusto.

Tu papá -mi hermano menor- y que está en Puerto Rico, también te ama. Pero sus ajoros particulares y sus tareas con tus otros dos hermanitos menores lo hicieron entender también que lo mejor para ti era pasar esa temporada con nosotros. Y yo me aproveché para jugar a ser papá.

Quise escribir esta carta ahora que cumples dos añitos. Tú crees que el mundo es tuyo y lo demostrabas cada vez que te ponías a saltar como un canguro o te lanzabas a la piscina de un tirón gritando a viva voz, “¡A volar”. Por eso te agarraste varios golpetazos que titi Brenda curó con unos mejunjes que siempre funcionaron. Nada, que crecer duele y eso lo aprenderás sobre la marcha.

A veces me quedaba mirándote y veía tantas cosas. Veía lo inteligente que eres y me asombraba la capacidad que me demostrabas como cuando aprendías algunas notas musicales que te enseñaba a entonar usando aquel pianito de juguete.

Hubo otras cosas que me dejaron boquiabierto, como el día que fuimos a cenar, levantaste tu dedito -ese poderoso dedito- y señalaste un afiche de una empresa cervecera. “Che-ve-cha”, dijiste refiriéndote a un producto que en casa ni se consume ni se menciona. Le echamos la culpa a la televisión.

¿Y qué de las veces que escuchabas reggaetón y empezabas a moverte con tu bracito extendido? ¿Y quién te enseñó eso? Porque en casa, a duras penas le sometemos a la salsa gracias a los milagros del maestro Raphy Pión.

Para tu cumpleaños habíamos planificado cerrar un tramo de la calle de enfrente para poner una casa de brincos y un escenario para el show de un payaso. Era el primer cumpleaños que planificábamos y tenía que ser en grande. El día en que comprábamos la piñata, los vasitos, los globos y toda la parafernalia cumpleañera, tu mamita nos llamó desde Boston para decirnos que ya era hora de que te reunieras con ella.

Fue como un baño de agua fría, pero era algo que sabíamos ocurriría tarde o temprano. Cambiamos los planes y la noche antes de irte te improvisamos un cumpleaños a toda prisa. Te regalé 17 besos, un tren de madera y 14 abrazos. No pude llorar.

No sé cuánto tiempo pasará antes de que volvamos a verte. Te confieso que esto ha sido uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Pero quiero que sepas algo. Para mí, tú siempre serás mi niño especial, el que despertó esos instintos de padre que estaban muy dormidos.

Gracias por dejarme saber que -lleguen o no mis propios retoños- probé que puedo ser un buen padre. Contigo aprendí a cambiar pañales. Es incomprensible que, con lo pequeño que eres, lograras arquitecturas sanitarias de tal magnitud. Supe cómo bañarte, ponerte esas ropitas chulas en miniatura y esos tenis chiquititos con los que brincas sin parar. También estuve contigo el día de tu primer corte de pelo y mientras las tijeras podaban tus preciosos mechones dorados me gritabas bañado en lágrimas “¡Ayuda por favor!”.

Aprendí toda la programación del Discovery Kids y hasta logré cogerle simpatía al dinosaurio violeta que tú amas con frenesí. ¿Y qué de las 23 veces que me obligaste a ver ‘Finding Nemo’?

La cunita blanca, que ahora está vacía en nuestro cuarto, es tuya. La verdad es que no sé qué hacer con ella. Aún tengo en casa un asiento protector el que tú llamabas “kar-sick”. Lo guardaré por si regresas y te puedo llevar nuevamente a los acostumbrados paseos dominicales al Viejo San Juan o a correr detrás de ti por los pasillos de Plaza sin despegarte la vista de encima. Porque hasta esa capacidad desarrollé: la de observarte como si fuera un satélite programado solamente para seguir tu señal sin que nada ni nadie llamara mi atención.

¿Sabes? Sigo sin poder comprender muchas cosas de la vida. A veces me pregunto por qué, aunque ya me acostumbré al estigma que la familia y la sociedad le pone a la pareja que no tiene hijos. Tampoco puedo tolerar las noticias de padres que maltratan a sus bebés. ¿Cómo pueden destruir algo que salió de sus entrañas?

Pero cuando esas interrogantes revolotean en mi mente, escucho tu vocecita alborotosa gritándome “papá”. Pero te busco en la casa y ya no estás.

Yo sé que tu mami te contará sobre lo mucho que te amamos, cómo nos convertimos en parte integral de tu vida y tú de la nuestra. Y si algún día Dios me diera hijos, tú seguirás teniendo un lugar especial en mi corazón. Otra cosa, tienes mi permiso para llamarme como quieres: Tío, Javier.... o Papá..., creo que me lo gané. Gracias por haber llegado a nuestras vidas. Te amamos.

Jperez1@elnuevodia.com

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